28 julio 2011

De grunge y olimpiadas

Seattle es de las mejores ciudades hasta el momento, muchísimo más viva de lo que los dos esperábamos. Es cierto que probablemente influya el hecho de que el albergue era el mejor en el que hemos estado en nuestras vidas y su situación en a ciudad era inmejorable, pero también es cierto que si nos hubiésemos alojado el otro sitio, la ciudad nos habría gustado igual.
El albergue era de ensueño: en el centro más céntrico de Seattle, amplio, con habitaciones no muy grandes (de seis personas) con lavabo y en las que todo era de madera, con mantitas de cuadros en las camas para hacerte sentir en casa, cortinas en cada una de las camas para que cada uno tuviese privacidad, camas y almohadas cómodas, taquillas de madera gigantes debajo de las camas (casi habrían cabido todas nuestras cosas en una de las taquillas), trabajadores del albergue muy majos que te ayudaban en todo lo posible (muchas veces eran viajeros a los que les gustaba la ciudad y decidían quedarse en el albergue a cambio de trabajar allí), actividades muy bien organizadas todos los días, gente muy maja y un desayuno para chuparse los dedos con huevos y masa de tortitas para que cada uno se hiciese lo que quisiera, tostadas con crema de cacahuete, mantequilla y mermelada, fruta, zumo, café y té todo el día... ¡Incluso lavavajillas!
Para poner la guinda al pastel, tres noches a la semana el albergue invita a cenar a los viajeros. Hasta aquí todo normal, puesto que esto pasa en otros albergues también, pero lo que no pasa en otros albergues es que tienen un cocinero que hace tacos y burritos con carne y pimientos, chili, queso fundido, sour cream, lechuga, tomate, cebolla, salas y ensalada. Ni tampoco pasa que organicen pub crawls (salidas de fiesta) con gente tan maja.
El domingo, primer día en Seattle, nos dedicamos a dar vueltas y babear por el Pike Place Market, un mercado lleno de pescaderías, fruterías (con unos melocotones a la altura de los españoles, aunque un poco mas caros), floristerías... Así que por allí anduvimos hasta que fue hora internacional de cenar (o sea, las 7 de la tarde) y decidimos fagocitar unos cuantos burritos y tacos conociendo a los que deben de ser los únicos progres de Georgia en todo el mundo o eso dedujimos de sus historias.
Es necesario mencionar que Seattle no es una ciudad americana al uso, puesto que la ciudad está tomada por grupos de punkies, grunge y todo tipo de alternativos de todas las edades, y en pleno centro se puede encontrar una librería bastante importante gestionada por un colectivo anarquista llena de revistas, libros y postales feministas, anarquistas, en defensa de los animales y todo lo que podáis imaginar. Además, en Seattle también hay una estatua de Lenin importada de Europa del Este, lo cual no deja de ser curioso para una ciudad americana, y una escultura que representa a un grupo de ciudadanos esperando al autobús. Todo sería normal en esta escultura si el perro que acompaña a uno de los ciudadanos no tuviese la cara de un ex-alcalde de Seattle como “agradecimiento” a su oposición a la colocación de la mencionada obra.
Como la gente parecía maja y no hemos salido casi desde que llegamos a las Américas, decidimos apuntarnos al pub crawl por salir un rato y acabamos volviendo al albergue horas y horas y jarras de cerveza más tarde con Ciara, una americana-peruana-polaca, y Kyohei, un japonés.
Al día siguiente, como Seattle no es perfecto (principalmente porque está en el estado más lluvioso del país), llovía a cántaros, pero como nosotros somos unos salvapajarillos valientes, decidimos enfrentarnos a la lluvia y darnos un paseo con Ciara hasta la Space Needle. Sin embargo, la lluvia cala, así que pasado el tiempo que aguanta la piel siendo impermeable, volvimos al albergue a comer y problamos por primera vez en nuestras vidas en bubble tea, un batido-granizado (en este caso de aguacate) muy típico en Estados Unidos y Canadá con bolitas de tapioca parecidas a gominolas y con un sabor similar al del sirope de arce. Se bebe con una pajita muy ancha para que las bolas de tapioca puedan subir por ella mezcladas con el batido y esta muy muy muy rico. Si tenéis oportunidad, ya sabéis, aunque en Europa no lo hemos visto en nuestras vidas.
Al día siguiente, después de despdirnos de Ciara y de su bici, que volvían a la Costa Este, salimos del albergue prontito con Kyohei y cogimos el ferry hacia la Olympic Peninsula, donde pasamos el día entre impresionantes paisajes (para los friquis de Crepúsculo, en esta zona es donde se desarrolla la historia, así que pasamos por Port Angeles, La Push y Forks, de las cuales sólo La Push se salva).
La península tiene unos paisajes de estos que dejan mudo y que recuerdan al norte del Estado de Nueva York: verde y más verde y más verde por todos lados, incluso por arriba porque los árboles rodean el coche en algunas carreteras.
Después de abandonar a Kyohei en un tren camino de Portland, nos adentramos en el Estado de Oregón hacia Clatskanie, donde nos esperaba una casita muy acogedora, pero esa es otra historia.

 (Pike Place Market)

 (Musicos tocando en la puerta del primer Starbucks del mundo)

(Chiara, Miguel, Nuria y Kyohei en el albergue) 


(Pike Place Market al atardecer) 


(Olympic Peninsula) 


(Crescent Lake, Olympic Peninsula)  


(Playa de La Push, Olympic Peninsula) 


 (Playa de La Push, Olympic Peninsula) 

(Playa de La Push, Olympic Peninsula) 


24 julio 2011

El viaje eterno

Nota: publicamos varias entradas a la vez.

El día 16 de julio por la mañana iniciamos lo que venimos denominando desde el principio de los tiempos “el viaje eterno”, a pesar de algunas objeciones maternas. Dicho viaje consta de unas 40 horas de conducción repartidas en 6 días para llegar desde Chicago a Vancouver, en en oeste canadiense. Durante este viaje casi no hemos tenido acceso a Internet, por lo que, como habréis podido comprobar, no hemos escrito nada.
El primer día paramos en Madison (Wisconsisn), sede de la Universidad de Wisconsin, del capitolio más grande del país después del de Washington DC y declarada la ciudad más ciclable, andable y verde del país. Sin embargo, el calor y la hora a la que llegamos hicieron que nos encontrásemos con una ciudad desierta y decidimos no detenernos demasiado.
Hicimos noche en el Woodville Motel, un motel realmente agradable, nada caro y recientemente reformado en un pequeño pueblo de Wisconsin, Woodville, en el que pudimos empezar a comprobar el cambio de carácter de los americanos al adentrarse en la zona rural. Si en las ciudades del este los turistas son invisibles a los ojos de los locales y por lo general tratados con frialdad cuando no con malos modos, a partir de este punto no nos hemos encontrado más que con unas sonrisas y una amabilidad sólo superadas a lo largo de este viaje por la familia neoyorquina de Nuria.
Otra cosa que empezamos a comprobar es la cantidad ingente de ciervos que habita en esta zona y el gusto que tienen estos animalejos por cruzar las autovías cuando uno menos se los espera, y sin chaleco reflectante ni nada. Este factor ha aumentado nuestro tiempo al volante, puesto que unos salvapajarillos y abraza-árboles como nosotros no se pueden permitir atropellar cervatillos y tienen que disminuir su velocidad hasta niveles insospechados para lo rectas que son las carreteras.
Es noche nos permitimos el lujo de cenar y tomar algo en el bar del pueblo, una casita de madera en medio de la carretera con excelente música country en directo y medio pueblo pueblo bebiendo cerveza en su interior.
Al día siguiente visitamos la ciudad de Minneapolis (Minnesota), a la que a partir de ahora denominaremos “las calderas del infierno”. En ningún momento de nuestros 45 años de vida (entre los dos) habíamos pasado tantísimo calor. De hecho, las gafas de Nuria se empañaban al salir de los edificios al igual que en invierno se empañan al entrar en sitios con calefacción. True story. Parece ser que a nuestro viaje eterno se unió una ola de calor húmedo como nadie recordaba en la zona.
Minneapolis es una de las dos grandes ciudades de Minnesota junto a St.
Según diversos estudios, los habitantes de Minnesota son la gente más amable del mundo y nosotros pudimos comprobarlo.
Salimos del coche con la sensación de que no podía hacer más calor y no podía haber menos gente en la calle, pero enseguida nos dimos cuenta de que la ciudad entera estaba en el partido de baseball. La ciudad entera menos las decenas de personas que revendían entradas para el partido por todo el centro de la ciudad. Uno de ellos nos vio con cara de turistas y, después de comprobar que nos nos interesaba comprar entradas, sacó su amabilidad de Minnesota de lo más profundo de su ser y nos regaló dos entradas de primera categoría de unos 150 dólares. Dijo que era una experiencia americana que había que vivir y a cambio sólo nos pidió que hablásemos bien de su país, así que desde aquí: gracias, señor majo que nos regaló entradas para el partido, nos lo pasamos muy bien.
Después de visitar lo que nos quedaba de la ciudad proseguimos nuestro viaje hacia Dakota del Sur, donde pasamos alrededor de una hora de motel en motel preguntando los precios hasta encontrar uno más o menos acorde con nuestro presupuesto.
Al día siguiente visitamos en Corn Palace, el monumento principal de la zona, que es básicamente un auditorio local decorado íntegramente, tanto en su interior como en su exterior, con maíz. Resulta curioso, pero poco más. Eso sí, ante nuestra sorpresa nos regalaron un vale de 10 dólares para gastarnos en carne de ternera en cualquier bar, restaurante o mercado del país. Días más tarde, ese vale se trasformó como por arte de magia en dos deliciosos sandwiches de roast beef.
En el camino, paramos a descansar y tomar lo que hasta ahora ha sido el café más barato de nuestras vidas: 10 céntimos por una taza de café para cada uno y una jarra de café para rellenar la taza todas las veces que a uno le apatezca.
Después del Corn Palace nos dirigimos hacia el parque natural de Badlands, una maravilla indescriptible (imágenes más abajo) por la que sin duda merece la pena pagar los 15 dólares de la entrada y que nos encandiló a pesar de la alta densidad de población de serpientes de cascabel de la zona.
Esa noche acampamos en Wall (Dakota del Sur), al lado de una curiosa tienda con apariencia de ser del siglo XIX que se llevaba anunciando en la carretera desde hacía cientos de millas.
Al día siguiente vimos desde el otro lado de la valla el decepcionante Mount Rushmore (ya sabéis, la escultura del presidente de cuatro cabezas), puesto que nos negamos a participar en ese sacacuartos que han montado alrededor de este monumento nacional, que resulta ser mucho más pequeño y menos impactante de lo que uno se espera.
Después de esto iniciamos nuestro camino hacia en parque natural de Yellowstone, donde esperábamos encontrarnos con el oso Yogui y Bubu. En el camino nos encontramos con el pueblo de Buffalo (Wyoming), que estaba lleno de ikurriñas y carteles en euskera ante la inminente celebración de u festival vasco.
Horas más tarde, en medio de una carretera de montaña en la que nuestro Chuso se ahogaba mientras todo tipo de vehículos nos adelantaba, nos sorprendieron la noche y una tormenta de rayos bastante impactante y nos vimos envueltos en la que hasta ahora ha sido la mayor odisea del viaje para encontrar alojamiento. Para no aburriros con los detalles, sólo contaremos que después de varias horas hablando con recepcionistas de moteles y conduciendo por la carretera con mayor densidad de población de ciervos del mundo, una recepcionista nos salvó la vida ayudándonos a encontrar alojamiento en el “pueblo” de “al lado” (tres calles con casas y una gasolinera en algún lugar de Wyoming a 45 minutos de donde estábamos). Bueno, el caso es que un señor con un jardín que evidenciaba un severo Síndrome de Diógenes nos abrió la puerta en calzoncillos y nos cedió amablemente por el precio de un riñón y una crítica favorable en tripadvisor una habitación repleta de geles, toallas y café robado de otros moteles.
A la mañana siguiente partimos hacia Yellowstone con extremo cuidado para no atropellar ninguno de sus “ornamentos” de jardín.
De camino comprobamos que todo el país estaba en el mismo parque natural y que todos habían reservado camping, así que nos tocó acampar en Cody (la ciudad de Biffalo Bill), a una hora de la entrada del parque.
Por si alguno tiene en mente ir a Yellowstone, conviene tener en cuenta que hay que reservar en alguno de los campings que lo permite o estar a las seis de la mañana en uno de los que no admite reservas para esperar a que alguien levante el campamento y deje un sitio libre.
Nada más ver Yellowstone decidimos cambiar el plan, pasar de Vancouver e ir directamente a Seattle para poder pasar más tiempo disfrutando de mami naturaleza, así que los dos siguientes días los pasamos en Yellowstone disfrutando de los paisajes, los geisers, el cañón de Yellowstone, las cataratas y la fauna tan variada de cada uno de los cinco ecosistemas del parque: ciervos, alces, ardillas, marmotas, bisontes a tutiplén, cabras montesas y, aunque por fortuna no nos tocó lidiar con ellos, también osos negros y grizzlys (sí vimos sus huellas y demás marcas de su existencia y caminamos por territorio de osos negros aterrados ante su posible aparición).
El día 21 se nos ocurrió la nefasta idea de acampar en Ashton (Idaho), donde a las cuatro de la mañana las temperaturas inferiores a cero grados nos obligaron a mudarnos de la tienda de campaña al coche y encender la calefacción aun a riesgo de sufrir una muerte dulce. A las ocho de la mañana todavía teníamos el cuerpo congelado. Nos vimos obligados a redimirnos con un desayuno typical American en el restaurante del pueblo. Probablemente alguien debería mandar a los de los Record Guinness a darse una vuelta por el mencionado restaurante, porque estamos seguros de que no hay en el mundo tortita (en singular) más grande que la que nos metimos al cuerpo, debía de tener unos 20 centímetros de diámetro. Y no, esta vez no estamos exagerando.
Esa noche dormimos en St. Regis, Montana. ¿Alguna vez habéis visto un pueblo con el mismo número de tiendas que de casas? Pues si pasáis por Montana, tendréis la oportunidad.
Y por fin por fin por fin, ayer llegamos a Seattle para encontrarnos con lo que de momento es el mejor albergue de nuestras vidas, pero eso es otra historia.

(Woodville Motel, Wisconsin) 


(Estadio de los Minnesota Twins) 


(Viajeros ante el Mississippi en el Endless Bridge del Teatro Guthrie, Minneapolis) 



(Corn Palace, Mitchel, Dakota del Sur) 


(Ciudad de 1880 en el siglo XXI y Nuria imitando a un conejo. Sin comentarios) 


(Badlands National Park, Dakota del Sur) 


(Badlands National Park, Dakota del Sur) 


(Badlands National Park, Dakota del Sur) 


(Anuncios del Wall Drug) 


(Mount Rushmore) 


(Sindrome de Diogenes, Wyoming) 


(Yellowstone National Park) 


(Bisontes tomando el sol en Yellowstone National Park) 


(Upper Falls, Yellowstone National Park) 


(Upper Falls, Yellowstone National Park) 


(Lower Falls y Yellowstone Grand Canyon, Yellowstone National Park) 


(Aguas termales, Yellowstone National Park) 


(Aguas termales, Yellowstone National Park)

Chicago, la ciudad del viento... y el ruido

Mucho tiempo ha pasado desde la última entrada, así que aquí va un resumen de todos estos días.
Empezaremos con la ciudad de Chicago, cuna política de Obama y apelada nacionalmente “la fábrica de demócratas”. Nuestra primera impresión al llegar, desde el mismo momento en que nos chupamos el atasco del siglo (por si no lo habíamos mencionado, las entradas de todas y cada una de las ciudades por las que estamos pasando tienen obras, el plan E[E.UU.] ha llegado al otro lado del charco), fue que Chicago superaba incluso a Nueva York en cuanto a su nivel de ruido, estrés y gente arrollándote por la calle en su afán por llegar al trabajo. Se dice por ahí que basarse en las primeras impresiones no es bueno. Esta es la excepción que confirma la regla.
El centro de Chicago tiene mucha vidilla pero es necesario tomárselo con calma porque el ruido y el bullicio pueden llegar a agobiar. Lo peor de esta ciudad: el diseño del sistema de trenes. Si en Madrid, por ejemplo, se ha optado por un sistema subterráneo en su mayoría, en Chicago se ha hecho lo contrario. El sistema es algo así como un Scalextric que pasa unos cinco metros por encima de las calles haciendo un ruido infernal que obliga a interrumpir las conversaciones cada vez que pasa un tren. Al menos en el caso de los turistas, porque los locales continúan hablando sin inquietarse ni un ápice.
Llama la atención Grant Park, un inmenso parque urbano que constituye el centro de la vida de esta ciudad durante gran parte del verano. Uno puede pasearse por las inmediaciones cualquier mañana o tarde estival para encontrar a miles de personas con sillas plegables y mantas haciendo picnic al ritmo de la música de los conciertos, concursos de baile, teatros de marionetas, etc.
Cabe destacar también la playa de Oak Street, una playa del lago Michigan en medio de la ciudad en la que pasamos gran parte de nuestro ultimo día en Chicago rebozándonos en la arena y bañándonos como buenos españolitos en el mes de julio.
Todos conocemos la inofensiva costumbre española de jugar con la pelota de Nivea en la orilla del mar. En Estados Unidos hacen lo propio con una pelota de rugby y con unos 20 metros más entre los dos jugadores.
Resulta curioso estar en la playa a escasos metros de los rascacielos que pueblan en centro de Chicago y de una de las calles más concurridas de la ciudad, que, literalmente, bordea la playa.
No nos detendremos mucho más con esta ciudad porque, al igual que otras ciudades que hemos visitado durante nuestro viaje, lo mas característico es el inexplicable bullicio que tiene. Sin embrago sí hablaremos de la deep dish pizza, el plato más típico de Chicago, una pizza de unos 4 centímetros de alto (más parecida físicamente a la quiche que a la pizza) formada básicamente por toneladas de queso y tomate encima de la masa.
Al día siguiente comenzó lo que hemos denominado “el viaje eterno”.


(Reflejo de Chicago en la Cloud Gate de Grant Park)


(Pensemos... ¿qué hacemos después?)


(La Cloud Gate de Grant Park)


(Muñeca de American Girl Place, una tienda curiosa en la que se cuenta la historia de la vida de cada juguete)


(La playa de Oak Street)




15 julio 2011

¿Qué se ve desde la torre más alta de Toronto?

Buenos días por la noche:
Toronto fue incluso mejor de lo que esperábamos, y eso teniendo en cuenta que las expectativas eran altas. Si es que no hay ciudad como esta (aunque Miguel intente hacernos creer que París le da mil vueltas). “Barrer para casa” era la expresión, ¿no?
Kensington Market estaba como cualquier domingo de calorcito: inmejorable, lleno de gente, música, comida de todos lados del mundo, frutas y verduras de colores por todos lados, bicis, hippies y alternativos gafapasta y en general una amalgama de culturas, como un Toronto pequeñito concentrado en un barrio. Como alguien dijo, la experiencia más torontina que podría uno tener es observar a un indio comiendo comida mexicana en Chinatown. Pues Kensington Market es la viva expresión de esa experiencia.
El Mick E. Fynn's, también conocido como el bar de los jueves del año torontino de Nuria, sigue como siempre: con el puerta de siempre, la música de siempre, el camarero borde de siempre, la camarera rubia de siempre, su escote a la vista como siempre, la cerveza de siempre y los precios abusivos canadienses de siempre. Vamos, el Mick E. Fynn's de siempre.
John Du, exvecino de Nuria y futura estrella del mundo del cine, nos llevó a ver los estudios de grabación donde trabaja y donde se graba la serie Warehoure 13 (que parece ser que en Estados Unidos está arrasando aunque en España sólo la conocerá alguna friqui de... pongamos... Rivas).
Los decorados son alucinantes, todo parece real hasta que ves a John Du levantando una viga de hormigón sin mucho esfuerzo, te acercas a tocarla y ves que es de corcho.
En uno de los edificios de los estudios estaban grabando un capítulo de la serie y tuvimos la oportunidad de observar un rato desde la oscuridad y el anonimato y la conclusión es que los estudios de grabación son un estrés absoluto. Es como el metro en hora punta, solo que con decorados chachis y bandejas con comida.
Fuimos también a pasear a la playa grande de Toronto (para los que no estéis al corriente de la situación exacta de la ciudad, las playas están en el Lago Ontario, no en el mar, por lo que son pequeñas en general), y John Du nos llevó a Little India a cenar en el patio del restaurante indio más famoso de Toronto. Nada más entrar uno se da cuenta de que va a cenar bien porque está lleno de indios, y que un restaurante esté lleno de locales siempre es buena señal, así que degustamos las riquitudes indias y después tomamos el postre en el restaurante pakistaní de enfrente.
Al volver nos habíamos quedado sin plaza para el coche en el patio trasero/parking y fue toda una odisea explicarle a la china que no hablaba inglés que habíamos pagado el parking y por nuestras narices íbamos a tenerlo (ya que se empeñaba en que aparcásemos en la calle, donde estaba prohibido aparcar, y nos levantásemos a las 7 de la mañana a mover el coche). Finalmente, acabó despertando a un pobre chico que tuvo que salir a apretujar su coche para dejarnos un hueco.
Finalmente, y después de unas cuantas horas al volante y de un control muy exhaustivo en la frontera (¿Sabíais que las naranjas canadienses están prohibidas en EEUU? ¡¡¡Obama, devuélvenos nuestras dos naranjas!!!), hicimos noche en un motel de carretera por primera vez (aunque no os lo imaginéis decadente y con el coche en la puerta de la habitación en plan peliculero porque no era así para nada).
Ayer entramos por fin en Chicago, donde curiosamente para ser la ciudad del viento...hacia un viento que chicagas. Patapam psshhh.
Esta última frase es prueba fehaciente de que no estamos en condiciones de seguir escribiendo, así que nos vamos a la cama, que ya son horas.
Seguiremos informando.

(Aparcamiento para bicis de Kensington Market)


(Al amor, de frente y después la primera a la derecha)


(Coche-maceta de Kensington Market)


(Nuria poniéndole ojitos a una minitarta de queso y cerezas)


 (Victoria University, en la University of Toronto, la antigua facultad de Nuria)

12 julio 2011

De francofonía a anglofonía y tiro porque me toca

Buenas tardes por la mañana:
Una vez más han pasado siglos desde que escribimos, pero esta vez la culpa no es directamente nuestra (cargamos con la culpa sólo de manera indirecta): nuestro portátil murió nada más llegar a Montreal porque uno de los dos, no diremos quién aunque fue Miguel, lo cogió por la pantalla para salvarlo de una caída inminente, provocando así que la pantalla se rompiera por dentro y el ordenador quedase inutilizable.
Pero bueno, la cuestión es que ya está todo solucionado y podemos volver a escribir, tal y como nos pide el público enloquecido desde las gradas. Y menos mal que podemos volver a escribir, que si no os quedaríais sin saber que hemos presenciado un infarto (de hecho, Miguel estaba ayudando al señor del infarto a llegar hasta su coche cuando se desplomó, pero cuando llegó la ambulancia el hombre estaba consciente y su mujer bastante entera, así que creemos que todo acabó bien), que hemos liberado heroicamente a un pájaro que estaba atrapado en las garras de un ovillo de hilo de pescar o que de repente no estamos en Toronto sino en algún lugar de China donde nadie habla nada más que chino.
Lo primero haremos un resumen de Montreal para que no os quedéis con las ganas. Hemos de decir que tuvimos un excelente guía que nos enseñó y explicó, a pesar de la lluvia y con todo lujo de detalles, los mejores sitios de la ciudad.
Aprovechamos para volver a dar las gracias a Pablo el superjefe por haber sacado tiempo para enseñarnos Montreal a pesar de que Voldemort estaba acechando a una de sus alumnas (para los friquis de Harry Potter como nosotros podemos aclarar que la mencionada alumna se aloja en casa de Bathilda Bagshot. Para los no-friquis aclaramos que es la ancianita que en realidad era una serpiente en la última película).
Montreal es una de esas ciudades difíciles de explicar, puesto que su encanto no reside en la ciudad en sí sino en la mezcla de la ciudad con la gente y el ambiente que eso genera. A pesar de la lluvia se veía que era una ciudad con vidilla y por la que resulta agradable pasear. Además, tiene río, y las ciudades con agua siempre ganan mucho mucho mucho, y el parque del Mont Royal, que no es un parque como todos tenemos en mente, sino un trozo de monte en medio de la ciudad. Imagináos un trocito de La Pedriza en lugar de El Retiro. Pues eso es el parque del Mont Royal (de donde toma el nombre la ciudad, por cierto).
Pablo nos llevó a cenar a Schwartz's http://www.schwartzsdeli.com/index2.html, un local situado donde antes estaba el barrio judío en el que se pueden comer unos sandwiches de carne ahumada con mostaza que está de rechupete. El sitio es cutre y viejo pero la comida está bien y tiene bastante fama entre montrealeños y turistas.
En cuanto al albergue en general bastante decente, pero con algunas curiosidades. En primer lugar nos robaron una cerveza que teníamos en la nevera y nos cogieron las demás de la habitación y las metieron a la nevera a enfriar, así que nos las llevamos de allí y dejamos una notita muy amable a los ladrones. En segundo lugar las habitaciones tenían literas de tres pisos... ¡sin escalera! Básicamente había que pisar los colchones de abajo para llegar al de arriba y con las mantas uno, además de abrigarse, podía lijarse las uñas de los pies. En tercer lugar: el perro.
El propietario del albergue de Quebec y el de Montreal era un señor con un perro omnipresente, Skipy, con el que coincidimos tanto en Quebec como en Montreal. Hasta ahí todo normal, pero hay que añadir que las paredes, las mesas y la página web están llenas de fotos e incluso cuadros del perro como muestra de la obsesión enfermiza del señor con el perro.
Pasemos a Ottawa. Nos habían dicho que con un día bastaba y no podían estar más equivocados: nos sobraron 21 horas (y porque fuimos al supermercado). Imaginaos Alcobendas o cualquier ciudad periférica. Ponedle un parlamento muy chachi, un canal y dos museos (todo al lado) y eso es Ottawa. Eso sí, merece la pena ir sólo por el parlamento y las vistas desde su torre del reloj.
Es muy interesante el equilibrio del parlamento entre la tradición anglófona y la francófona de Canadá: la simetría es total entre retratos de reyes franceses y británicos, salas y pórticos dedicados a la francofonía y a la anglofonía e incluso hay un sitio muy camuflado reservado para los intérpretes en el Senado y la Cámara de los Comunes (ambos en el mismo edificio pero uno en cada ala, como en el Capitolio de EE.UU.) puesto que las dos lenguas son oficiales en el país.
Nuestra visita acabó mal y pasamos la noche en la cárcel. Nos explicamos. La visita acabó mal por un tío brasas que había en nuestra habitación que se empeñó en dar por saco y reírse de nosotros diciendo que en España vivimos en el pasado y que deberíamos mandar a nuestros políticos a Estados Unidos a aprender cómo se hacen leyes de verdad para pasar al siglo XXI.
Lo de dormir en la cárcel no tiene nada que ver con su asesinato, que no cometimos salvo en sueños, sino con que el albergue era una antigua cárcel (donde, por cierto, se ajustició al último condenado a muerte de Canadá).
Al día siguiente visitamos brevemente la zona de las Thousand Islands (una zona de lagos e islas muy bonita donde la gente que tiene casas en las islas solamente puede acceder a ellas por el agua, por lo que todas las casas tienen garaje para la lancha) y dormimos en un camping al pie de un lago con unos vecinos de lo más majo.
Finalmente llegamos a Toronto, donde por el momento hemos disfrutado del ambiente callejero de un domingo en Kensington Market, un barrio medio hippy donde los domingos todo el mundo sale a la calle, los bares y restaurantes ponen las terrazas para que los clientes disfruten de comida de todos lados del mundo al ritmo de la música callejera de artistas locales. Comimos, como ya viene siendo tradición (nota para quien no lo sepa: Nuria vivió en Toronto durante un año), en el restaurante chileno con el mejor pastel de maíz del mundo mundial y nos desquitamos con una cookie de chocolate blando y nueces de macadamia y con una mini tarta de queso y cerezas, todo de My Market Bakery, una pastelería bastante barata y con una variedad inimaginable de panes, cookies y todo tipo de dulces.
Estamos alojados en una casa en Chinatown (al lado del AGO, para quienes conozcan Toronto), en un vencindario muy tranquilito que parece de la periferia, lleno de casas bajas todas diferentes. El problema es que en la casa nadie habla inglés ni español y francés ni nada que no sea chino, por lo que es un poco difícil entenderse con la encargada.
Por último, que sepáis que Torontontero está lleno de parkímetros y es absolutamente imposible aparcar en la calle. Nos hemos visto obligados a aparcar en el patio trasero de la casa en la que estamos (por un módico precio de un riñón al día) en una plaza en la que jamás pensé que podría caber un coche. Y cuando hablamos en plaza queremos decir jardín en el que hay unos nueve coches aparcados de los que sólo dos pueden salir a la calle ahora mismo (y el nuestro es uno... ¡toma!).
Seguiremos informando.

(Montreal desde las alturas)


(Un día, el sida desaparecerá. Mientras tanto tenemos la oportunidad de aprender y crecer... Y debemos hacerlo. Mensaje en el barrio gay de Montreal)


(Canal de Rideau en Ottawa, declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO)



(Parlamento de Canadá en Ottawa)


(Senado canadiense con el trono para la reina o el Gobernador General del Reino Unido en Canadá al fondo)


 (Ottawa desde la torre del reloj del Parlamento)


 
(Miguel en la celda de aislamiento del albergue/antigua cárel)