Seattle es de las mejores ciudades hasta el momento, muchísimo más viva de lo que los dos esperábamos. Es cierto que probablemente influya el hecho de que el albergue era el mejor en el que hemos estado en nuestras vidas y su situación en a ciudad era inmejorable, pero también es cierto que si nos hubiésemos alojado el otro sitio, la ciudad nos habría gustado igual.
El albergue era de ensueño: en el centro más céntrico de Seattle, amplio, con habitaciones no muy grandes (de seis personas) con lavabo y en las que todo era de madera, con mantitas de cuadros en las camas para hacerte sentir en casa, cortinas en cada una de las camas para que cada uno tuviese privacidad, camas y almohadas cómodas, taquillas de madera gigantes debajo de las camas (casi habrían cabido todas nuestras cosas en una de las taquillas), trabajadores del albergue muy majos que te ayudaban en todo lo posible (muchas veces eran viajeros a los que les gustaba la ciudad y decidían quedarse en el albergue a cambio de trabajar allí), actividades muy bien organizadas todos los días, gente muy maja y un desayuno para chuparse los dedos con huevos y masa de tortitas para que cada uno se hiciese lo que quisiera, tostadas con crema de cacahuete, mantequilla y mermelada, fruta, zumo, café y té todo el día... ¡Incluso lavavajillas!
Para poner la guinda al pastel, tres noches a la semana el albergue invita a cenar a los viajeros. Hasta aquí todo normal, puesto que esto pasa en otros albergues también, pero lo que no pasa en otros albergues es que tienen un cocinero que hace tacos y burritos con carne y pimientos, chili, queso fundido, sour cream, lechuga, tomate, cebolla, salas y ensalada. Ni tampoco pasa que organicen pub crawls (salidas de fiesta) con gente tan maja.
El domingo, primer día en Seattle, nos dedicamos a dar vueltas y babear por el Pike Place Market, un mercado lleno de pescaderías, fruterías (con unos melocotones a la altura de los españoles, aunque un poco mas caros), floristerías... Así que por allí anduvimos hasta que fue hora internacional de cenar (o sea, las 7 de la tarde) y decidimos fagocitar unos cuantos burritos y tacos conociendo a los que deben de ser los únicos progres de Georgia en todo el mundo o eso dedujimos de sus historias.
Es necesario mencionar que Seattle no es una ciudad americana al uso, puesto que la ciudad está tomada por grupos de punkies, grunge y todo tipo de alternativos de todas las edades, y en pleno centro se puede encontrar una librería bastante importante gestionada por un colectivo anarquista llena de revistas, libros y postales feministas, anarquistas, en defensa de los animales y todo lo que podáis imaginar. Además, en Seattle también hay una estatua de Lenin importada de Europa del Este, lo cual no deja de ser curioso para una ciudad americana, y una escultura que representa a un grupo de ciudadanos esperando al autobús. Todo sería normal en esta escultura si el perro que acompaña a uno de los ciudadanos no tuviese la cara de un ex-alcalde de Seattle como “agradecimiento” a su oposición a la colocación de la mencionada obra.
Como la gente parecía maja y no hemos salido casi desde que llegamos a las Américas, decidimos apuntarnos al pub crawl por salir un rato y acabamos volviendo al albergue horas y horas y jarras de cerveza más tarde con Ciara, una americana-peruana-polaca, y Kyohei, un japonés.
Al día siguiente, como Seattle no es perfecto (principalmente porque está en el estado más lluvioso del país), llovía a cántaros, pero como nosotros somos unos salvapajarillos valientes, decidimos enfrentarnos a la lluvia y darnos un paseo con Ciara hasta la Space Needle. Sin embargo, la lluvia cala, así que pasado el tiempo que aguanta la piel siendo impermeable, volvimos al albergue a comer y problamos por primera vez en nuestras vidas en bubble tea, un batido-granizado (en este caso de aguacate) muy típico en Estados Unidos y Canadá con bolitas de tapioca parecidas a gominolas y con un sabor similar al del sirope de arce. Se bebe con una pajita muy ancha para que las bolas de tapioca puedan subir por ella mezcladas con el batido y esta muy muy muy rico. Si tenéis oportunidad, ya sabéis, aunque en Europa no lo hemos visto en nuestras vidas.
Al día siguiente, después de despdirnos de Ciara y de su bici, que volvían a la Costa Este, salimos del albergue prontito con Kyohei y cogimos el ferry hacia la Olympic Peninsula, donde pasamos el día entre impresionantes paisajes (para los friquis de Crepúsculo, en esta zona es donde se desarrolla la historia, así que pasamos por Port Angeles, La Push y Forks, de las cuales sólo La Push se salva).
La península tiene unos paisajes de estos que dejan mudo y que recuerdan al norte del Estado de Nueva York: verde y más verde y más verde por todos lados, incluso por arriba porque los árboles rodean el coche en algunas carreteras.
Después de abandonar a Kyohei en un tren camino de Portland, nos adentramos en el Estado de Oregón hacia Clatskanie, donde nos esperaba una casita muy acogedora, pero esa es otra historia.
(Pike Place Market)
(Musicos tocando en la puerta del primer Starbucks del mundo)
(Chiara, Miguel, Nuria y Kyohei en el albergue)
(Pike Place Market al atardecer)
(Olympic Peninsula)
(Crescent Lake, Olympic Peninsula)
(Playa de La Push, Olympic Peninsula)
(Playa de La Push, Olympic Peninsula)
(Playa de La Push, Olympic Peninsula)